Reflexiones de una mamípher@ en camino:
Los niños son los maestros que llegan a nuestra vida para invocar la verdad, para invocar la verdad incómoda de que algo no estamos haciendo bien, de que nos estamos desviando del camino. Son nuestra medida interna de como estamos con nuestra existencia, de cuánto nos amamos, de cuánto nos engañamos, de si somos honestos, de si somos pequeños todavía reclamando atención y cuidados, de si somos valientes o por el contrario nos aislamos para no sufrir. Los niños son tan generosos que nos traen la información necesaria para revisar una vez más que nos sentimos incompletos, que nos vamos a las ideas, a las teorías pero que nos perdemos en la experiencia, los niños nos gritan que todavía tenemos que sanar las heridas y que han venido justo a eso a hacernos mirar al espejo.
Muchas veces y en el mejor de los casos los niños expresan su incomodidad, su necesidad de mirada, de presencia, de empatía, de apertura, a través de síntomas. El síntoma es la expresión de que algo no estamos contemplando en su totalidad. Con suerte los niños hablan, patalean, lloran, se enferman, se caen, rechazan, se vuelven insoportables, a veces si no hay espacio para la escucha callan y se vuelven excesivamente buenos y complacientes para que no se les retire el amor. Esto es mucho peor.
Los niños nos gritan, eyyyy!!!! de una vez por todas hazte responsable de ti, hazte adulto, si hay otro niño a mi lado yo no me siento protegido suficientemente para vivir sin peso y de mayor tendré que compensar lo que no me diste!!!!!! Los niños no quieren adultos iluminaos, eso sería también un pesazo para ellos, ellos sólo necesitan adultos que se miren, que se responsabilicen de su vida y por ende con la de ellos.
El síntoma muchas veces es juzgado por el adulto como mala educación, falta de límites, manipulación, y quizá todo eso sea verdad, el niño busca todos los vericuetos para ser escuchado, y nuestra dificultad de hacer lo adecuado pone al niño en un lugar en el que todos nos sentimos incómodos.
Cuando el adulto no está en presencia, cuando no está conectado con su autoridad interna, con lo que pasa por dentro, en definitiva, cuando el mayor no toma el pájaro del poder, el niño ocupa ese lugar y empieza a manejar la situación que el adulto no es capaz de asumir. En ese momento el niño se siente desordenado y ese poder distorsionado le pesa. En el desorden hay crispación, incomodidad, debilidad.
Por eso es tan importante cuando se acompaña procesos de vida infantil ser capaces de no juzgar la emoción aunque sí poner el límite adecuado de cómo expresar dicha emoción, para sentirnos cuidados y relajados.
No hay emociones buenas o malas, todas caben, sólo hay que acompañarlas desde la mirada amorosa y compasiva de que detrás hay un alma en construcción. Esto no significa que entremos en la ñoñería, al revés, deberíamos encontrar la fuerza, el amor y la sabiduría y permitirnos revisar qué no estamos teniendo en cuenta de todo el panorama emocional.
Cuando nos relacionamos con niños muchas veces se activa nuestra herida primaria y sólo a través de la introspección y el silencio podemos ver qué actitud del niño nos molesta tanto. Seguramente será justo aquello que todavía no está sanado en mi. Mi reacción es también un síntoma de aquello que nos dolió y todavía no sabemos gestionar. Uno no puede ofrecer lo que no tiene. Así que acompañar a niños nos brinda la posibilidad de mirar de frente la carencia, el dolor, el aislamiento, el rechazo, el abandono, la injusticia, que todavía está en mi. Nos da la oportunidad de no mirar hacia otro lado, de crecer, de conectar con nuestra vulnerabilidad, de enfrentarnos a nuestra sombra, sabiendo que justo ahí en transitar los procesos junto a los niños que están en nuestra vida, está la clave para transformar la sombra en luz, que nos permitirá entender que es amar y cuales son nuestras actitudes que favorecen el desarrollo de la vida y de la construcción de vínculos sanos, conscientes y amorosos.
No hay nada que cambiar fuera, cuando uno sostiene su dolor y es capaz de abrazarlo, aceptarlo y transmutarlo, la transformación se dará automáticamente, no habrá nada que hacer. El cambio de mirada del observador ya hace su trabajo en el campo cuántico. Hellinguer dice que no se puede solucionar un conflicto desde el mismo lugar dónde se creó, la metasolución o mirada cuántica nos eleva la vibración para ir más allá de la herida, no anteponerla al AMOR.
Gracias hija por indicarme por dónde, por hacerme ver tantas cosas, por ofrecerte clarita como el agua, por gritar a los 4 vientos por ahí no es, por darme la oportunidad de crecer a tu lado como una madre nueva en cada momento, de bendecirme con tu presencia y de hacerme ver mis ausencias, de aprender a amarte sin culpa, sabiendo que en este aprendizaje crecemos las dos, de aceptar que no puedo controlarlo todo, que soltar y saber que tu camino no sólo depende de mí me permite vivir con más ligereza y sin tanta autoexigencia, de hacerme ver que no soy una madre perfecta y que tampoco la necesitas, de volverte a abrir cada vez que me voy y volver a conectarnos, de hacerme ver cuando no estoy cuidando, eres mi toma tierra, la que me enraiza, y me susurra toma tu poder mami, te elegí como a mi padre para lo que he venido a aprender en esta vida. Disfrutemos del viaje. Que así sea!»
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